viernes, 13 de noviembre de 2009

La certeza de tus ojos

(publicado en Balcei, julio de 2007)
En un tiempo, otro tiempo, habría empezado este artículo con expresiones como “Permítanme que…”, o “Déjenme que…”, o “Si les parece…”. En otro tiempo, tal vez hubiera golpeado tímidamente con mis nudillos la puerta de su intimidad celosa y legítimamente guardada para solicitar su atención y reclamarles dos minutos de su tiempo, guiñándole un ojo a la complicidad que se supone entre lector y escritor. En otro tiempo, ayer, por ejemplo, quizás habría expuesto mis textos en la calle apocadamente, sin pretender molestar, negociando cada gesto amable o pretendiendo una afable connivencia. En otro tiempo, digo, escribo, todo eso habría sucedido.

Pero ese tiempo ha muerto. Lo he expulsado de mi vida, he borrado sus números de teléfono de mis agendas, la de papel y la electrónica y he barrido las tristezas que se me habían quedado ocultas en algún rincón de mis afectos. Eso me pasa por ir al cine. Eso me pasa por ver algunas películas que consiguen estremecerme y obtener de mí lo mejor. Eso me pasa por aceptar el reto que supone desmenuzar algunas historias que corazones desgarrados y enteros construyen para reflejar la grandeza del ser humano y dibujar las miserias del ser humano. Cabe mayor contradicción, pero así somos: blanco y negro, bien y mal, generosos y mezquinos. Lo dijo el Hombre Libre: vivimos en una sociedad mejor, pero el ser humano no es ahora mejor. Y eso, queridos, queda grabado con la misma furia con que la sangre brota por la herida que nos abre el enemigo. O peor: la herida que nos procura quien hasta ayer nos quería.

Hoy escribiré sobre cine, como siempre, como hago desde hace dieciséis años en estas misma páginas, pero hablaré del cine del que nadie quiere hablar, del cine que resquebraja las pulidas conciencias burguesas y nos obliga, porque no lo resistimos, a mirar hacia otro lado y a decir con despreciable suficiencia que esas películas son un pestiño que no hay quien aguante, que a mí lo que me gusta son las comedias y las de acción, y si salen tías buenas, mejor. Claro, que ustedes siguen siendo libres de dejar leer aquí y pasar a otra cosa. Son libres…

“Hotel Rwanda”. Ya hemos escrito sobre ella y hablado hasta con ella, pero esta película es no solamente necesaria sino imprescindible. Se trata de una historia que describe la brutal rivalidad existente entre humus y tutsis, alentada de manera vergonzante por las potencias occidentales personificada en unos personajes rehenes de un destino compartido pero no deseado. Si la libertad es un bien humano, también se puede decir que es escaso o, por lo menos, sólo disponible para el hombre blanco. El resto de los seres humanos viven en una ratonera de muerte, horror y miseria de la que difícilmente pueden escapar.

“Crash”. La grandeza de esta película es su capacidad para combinar las vidas de gente tan diferente como nosotros mismos. Miedo, desesperanza, racismo, exclusión, odio, idealismo. El cóctel que conforma la narración aglutina con violento realismo las historias cruzadas del policía negro con una madre drogadicta, de los dos ladrones de coches que reflexionan constantemente sobre nuestra sociedad, del policía siempre al borde del delito alentado por su inveterado racismo, su joven compañero dispuesto en todo momento a mostrar un irritante idealismo y el hispano que ama a su hija como sólo se puede amar a una hija mientras te empuja a la vida una incólume esperanza. Eso, respetado lector, es lo que nos enseña esta cinta.

“Horas de luz”. Juan José Garfia es un hombre de carne y hueso. Y de alma fornida, corazón vigoroso y espíritu hercúleo. Pero Juan José es un delincuente, un preso peligroso que llevad de cabeza al Estado y sus representantes, líder de motines capaz de soportar la presión del castigo legal y el acoso ilegal. En su vida bordada con espinas y hiel aparece Marimar, una enfermera cuyas manos le harán sentir el gozo del amor y cuyos ojos se convertirán en la ventana por la que mirar el inalcanzable mundo de líneas infinitas y la sonrisa de unos hijos nacidos de la generosidad. Esta historia, real, aún no se ha cerrado. Juan José permanece todavía en prisión aunque se siente capaz de soñar junto a la mujer que le enseñó a pedir perdón y le indicó el camino a la luz.

“Ciudad de Dios”. Trasladar a la pantalla 600 páginas de hechos y la vida de 350 personajes es, se mire como se mire, un hecho mágico. Y si esa novela dibuja con milimétrica sintonía el universo de un barrio que no rivalizaría con el Infierno, sencillamente porque es el Infierno. El protagonista de la película es el barrio, que siente, sufre, ama, crece y muere como una criatura huérfana con mil padres desconocidos porque en ese mundo nadie se conoce aunque en sus lechos respiran mil goces prohibidos y ningún gesto deseado. Si este relato no conmueve al espectador será porque su piel ha tejido una muralla frente al dolor ajeno y el sufrimiento de al lado. Y entonces, sí, podremos decir que ya no nos queda casi nada que decir.

Son cuatro propuestas cinematográficas, cuatro historias laterales, cuatro caminos que nos queda por recorrer y a los que merece la pena dedicarles nuestro tiempo. Es lo menos que podemos hacer por aproximar nuestra opulencia a la vida. A la de los demás.


Juan Antonio Pérez-Bello

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